La época clásica de la arquitectura gótica francesa corresponde al siglo XIII. En él se levantan las grandes catedrales, la de Chartres, Reims y Amiens.
La catedral de Notre Dame de Chartres es el ejemplo más significativo del gótico francés. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO se convirtió en el gran santuario mariano francés al poseer una reliquia: la túnica que la Virgen vestía cuando nació Jesús. Debido a esta relación la mayor parte del conjunto escultórico del templo hace referencia al culto mariano.
La catedral gótica comenzó a construirse en el 1191, con la finalidad de sustituir a la catedral románica destruida por un incendio casi por entero en el citado año. La reconstrucción se realizó muy rápidamente gracias a que era la diócesis más rica de Francia y a las aportaciones de los fieles, lo que influyó decisivamente en la unidad formal y estilística del conjunto. La nueva catedral fue construida con criterios plenamente góticos aunque conservó la fachada oeste y la organización de la cabeza románica, elementos que determinan la estructura de tres naves y la forma de la planta. El interior aparece dividido en dos zonas separadas por el amplio transepto de tres naves; por un lado, la cabecera extraordinariamente desarrollada con cinco naves de tres tramos y un doble deambulatorio de siete tramos con capillas radiales; por otro, el cuerpo de la iglesia con tres naves. El alzado de la nave central presenta tres niveles: arcada principal, triforio y un elevadísimo claristorio, compuesto de 178 ventanales con vidrieras originales de la época.
La fachada principal conserva el pórtico real románico de la antigua iglesia, e indicativa de las tres naves de la iglesia. Sobre él se alza un triforio de grandes dimensiones, coronado por un gran rosetón y la galería real que comunica las dos torres. Todo el lienzo de la fachada es expresivo del nuevo sistema constructivo gótico que libera el muro de su función de soporte y lo cala con gigantescas ventanas y bellísimas vidrieras.
Esta estructura diáfana se manifiesta igualmente en los muros de la catedral, seccionados por los contrafuertes y arbotantes que actúan como contrarresto exterior de la elevada bóveda de crucería interna y además permite abrir grandes ventanales. Todo ello da lugar a una gran luminosidad, que se convertirá en una de las características más importantes de la arquitectura gótica.
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